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domingo, 25 de agosto de 2019
lunes, 1 de septiembre de 2014
CRÓNICA 5
UNA HISTORIA SENCILLA
Sentado sobre el
pórtico de mi humilde casa, me encontraba deleitando el hermoso atardecer que
desde hace setenta y tres años nunca me canso de ver. Siempre he pensado que las cosas más hermosas
del mundo son aquellas que nos traen mayor nostalgia y felicidad.
La sed invadió mi
cuerpo entonces me levanté muy lentamente con la ayuda de mi bastón, mi acompañante
inseparable, del pórtico de mi casa y caminé a mi ritmo hasta la cocina de mi
casa. A la entrada de la cocina, pensé:
-Voy a tratar de caminar sin mi bastón. Voy a demostrarles a todos que puedo
caminar sin él-.
Solté el bastón, lo
puse junto al marco de madera de la puerta y comencé a dar pequeños pasos. Cuando iba llegando junto al lavaplatos, un
terrible y punzante dolor atacó mi espalda y como un árbol derribado, caí sobre
el suelo.
Intenté levantarme,
pero ya no era capaz y mi bastón estaba ya muy lejos de mí para apoyarme sobre
él. En mi estancia contra el piso caí en
la cuenta que el techo de la cocina estaba un poco agrietado, pensé: -Debo
hacer las reparaciones necesarias, pero apenas pueda levantarme-. Además,
recodé que tenía que encontrarme con mis amigos en la tienda de Albus para
hablar sobre las noticias del día.
Estaba solo en
casa, mi querida hija Stassy aún no ha llegado.
Ella es un poco lenta, pero es una excelente hija y una excelente
persona. Quizás pasaría aproximadamente
una hora y nadie había llegado a casa.
Al cabo de unos minutos, la vecina regordeta y mi buen amigo Steve
entraron a la cocina y me vieron tirado en el suelo, al rato, entró mi hija y
preocupada preguntó: -¿Qué le hicieron a mi padre?-.
Sabía que era
inevitable, pero me llevaron entre los tres al médico. Entré al maldito consultorio del médico
esperando irme pronto, entonces el médico me tomó unos exámenes, realizó el
procedimiento de rutina y me dijo: -Señor Straigth tenemos que operarlo de la
espalda, tenemos que operarlo de los riñones, etc.- Qué no me dijo ese tipo y a todo lo que me
dijo, le respondí que no y que no.
-Jum- dije. Si he
de morir hoy, me muero como estoy. Salí del consultorio, pero eso sí, me dieron
un segundo acompañante, otro bastón.
Volvimos a
casa. Cuando llegamos se hizo de noche y
comenzó a llover precipitadamente. Me
senté en la sala de mi casa junto a mi hija a ver caer la lluvia y a escuchar
los truenos. –Me encantan las tormentas
eléctricas- le comenté a mi querida Stassy.
En ese momento, sonó el teléfono.
Mi hija contestó. Al volver me
dijo que Lyle, mi hermano había sufrido una embolia y estaba muy grave. Me sentí triste porque no veía a mi hermano
Lyle desde hace diez años por una discusión muy tonta.
Al día siguiente,
decidí ir a visitar a Lyle, pero tenía dos problemas. No tenía mucho dinero y mi vista era muy
pobre, no me permitirían conducir un auto. Por este motivo, fui a la tienda de Albus,
compré algunas cosas como gasolina, puntillas y mucho pegamento porque me había
llegado una gran idea para ir a visitar a mi hermano. Entonces comencé a construir un pequeño
remolque porque me iría en mi máquina cortadora de césped hasta la casa de mi
hermano Lyle. Sabía que tenía que
recorrer más o menos 500 kilómetros, por eso hice los preparativos para partir.
Mi hija Stassy de inmediato supo la razón de mi trabajo y me dijo que no lo
hiciera porque era muy lejos, pero ella no me detuvo. Es más, esa misma noche nos sentamos en el pórtico
de la casa a ver las estrellas y hablamos de mi grandiosa idea y ella decidió
ayudarme.
Terminé mi
remolque, hice los preparativos necesarios y partí en mi cortadora de césped
hasta Wisconsin, donde vivía mi hermano.
Mi vehículo no era muy rápido, pero podía deleitar los paisajes hermosos
por donde pasaba. Pero, antes de llegar
al primer poblado de camino a la casa de Lyle, se descompuso mi cortadora de
césped y me tocó regresar nuevamente a casa.
No podía desistir
de mi camino, tenía que llegar a la casa de mi hermano Lyle. Por tal razón, recolecté todo el dinero que
tenía y fui a comprar una cortadora de césped más nueva. La compré y emprendí nuevamente mi viaje
hasta Wisconsin. En el camino, me
encontré con una joven embarazada, la cual había huido de casa por la situación
en la que se encontraba. Entonces, le
ofrecí alimento y un lugar para que durmiera y ya entrando más en confianza le
conté la historia de mi querida hija Stassy porque el Gobierno le había quitado
a sus hijos por culpa de su debilidad mental.
Además, le dije: -Una familia es como un grupo de ramas, si están
unidos, por más que intentes romperlas no serás capaz-. Al otro día, la joven ya no se encontraba
allí. Por lo tanto, continué con mi
camino.
Por la carretera vi
pasar ciclistas, camiones enormes y otros vehículos. Mientras disfrutaba el paisaje, presencié un
grave accidente de tráfico. Una mujer
había atropellado a un pobre ciervo, me bajé de inmediato de mi cortadora de
césped para saber qué había ocurrido. La
pobre mujer se bajó desesperada porque había asesinado al ciervo, además, no era
la primera vez que lo hacía. Preocupada
y triste continuó su camino dejando al ciervo muerto en el pavimento. Así que aproveché para disfrutarlo en mi
cena.
Continuando mi
camino hacia Wisconsin llegué a una pequeña ciudad y en ella los bomberos
intentaban apagar el incendio de una cabaña ubicada a la entrada. Además, en la entrada de esta ciudad, me
encontré con una bajada prolongada. Los
nervios comenzaron a invadirme cuando me percaté que los frenos de mi cortadora
de césped fallaron. La máquina comenzó a
ganar velocidad. Solamente esperaba el
momento que mi cortadora de césped se volteara y yo saliera disparado por
encima de ella. Por fortuna, traté de
maniobrarla y aquellos bomberos que apagaban el fuego junto a algunos
pobladores de la ciudad me ayudaron a detener la máquina y evitar algún
accidente.
Aquellos pobladores
de esa pequeña ciudad fueron muy amables.
Me permitieron quedarme en el patio de su casa y vieron que mi cortadora
de césped sufrió algunos daños a causa de la bajada. Esta familia dijo que personalmente, ellos me
llevarían hasta la casa de mi hermano Lyle, pero me negué porque estaba
decidido a llegar en mi máquina hasta Wisconsin. Entonces esa familia ayudó a conseguir el
servicio de reparación de mi máquina, por lo tanto, le pedí prestado el
teléfono para llamar a mi hija y me enviara el pago de mi pensión y así pagar
los gastos de mi máquina.
Las personas que
repararían mi cortadora de césped eran dos gemelos que a toda hora se la
pasaban peleando del trabajo que cada uno realizaba. Cuando llegó el momento de pagarles, mi
sabiduría salió a flote y logré un descuento en el arreglo y por último les
conté la historia entre mi hermano y yo.
Les dije que no veía a mi hermano Lyle desde hace ya diez años por una
discusión muy tonta y que se arrepiente de haberlo hecho. Por esa razón, quería visitarlo para arreglar
las cosas y volver a estar con él. Luego
de esto, emprendí nuevamente mi viaje.
Antes de llegar a
Wisconsin, me detuve en un cementerio para pasar la noche. Allí un sacerdote se acercó a mí con un plato
de comida, pero rechacé la comida porque aún tenía provisiones. Hablamos por un buen rato y le pregunté si
conocía a Lyle, mi hermano. Me respondió
que sí. Que mi hermano había estado un
tiempo en el hospital, pero que no había vuelto a verlo allá. En ese momento, me llené de fuerzas pensando
que mi hermano tal vez estaría mejor.
El camino fue
largo, muy largo pero por fin había llegado a Wisconsin. Allí, paré en una tienda para preguntar sobre
el lugar donde mi hermano Lyle vivía. Un
buen hombre me indicó exactamente el lugar y le pedí que me sirviera una
cerveza bien fría. Pensé: -Esta es una
pequeña recompensa-. A pesar que dejé la bebida hace mucho tiempo.
Partí hacia la casa
de mi hermano pero ya faltando poca distancia, mi máquina cortadora de césped
se detuvo. No quiso funcionar por más
que lo intentara. La tristeza invadió mi
vida. –Tanto tiempo estuve conduciendo, casi seis semanas y ya estando muy
cerca de mi cometido, este cacharro deja de funcionar-.
Estuve esperando
allí por lo menos dos horas. Un granjero
pasaba en su tractor por aquel lugar y le pedí indicaciones. Me dijo: -La casa de Lyle Straight está a
pocos metros de aquí-. Entonces intenté
nuevamente poner a funcionar la cortadora de césped, y como un milagro, volvió
a funcionar. La alegría era inmensa
porque iba a poder ver a mi hermano.
Por fin. Vi la casa de Lyle, estacioné la cortadora de
césped frente a la casa. Con la ayuda de
mis dos bastones me bajé de la máquina y me paré frente a la casa.
-Lyle- grité. Pero no oía respuesta alguna. Comencé a preocuparme porque no sabía si mi
hermano estaba bien o no. Pero algo
dentro de mí, me daba las fuerzas necesarias, por eso grité nuevamente: -Lyle-.
Al instante, escuché
la respuesta de mi hermano. Me gritó:
-Alvin-. Y la puerta de aquella casucha
se abrió y con ayuda de un caminador para ancianos salió de la casa hasta el pórtico. Yo de inmediato subí hasta el pórtico.
Nuestras miradas se
cruzaron. Tenía muchos nervios porque
hace diez años no veía a mi hermano. Se
sentó a un lado del pórtico y yo me
senté al otro.
Miró hacia el
frente de la casa y vio la cortadora de césped.
Me dijo: -Hiciste ese largo viaje hasta acá en esa máquina para
verme-. Yo le respondí: -Si, Lyle-.
En ese instante,
nuestras miradas se volvieron a cruzar.
Nuestros ojos se llenaron de lágrimas y el perdón invadió nuestros
corazones.
El sol ya se estaba
poniendo. Entonces juntos nos sentamos
en el pórtico de su humilde casa y deleitamos juntos el atardecer que desde
pequeños, hace más de setenta años, nos gustaba ver.
domingo, 31 de agosto de 2014
CRÓNICA 4
CASCABEL
DE LA MUERTE
Mi cuerpo comenzaba a acostumbrarse a sentir
el frío de la noche. Quizás porque continuaba con mis pasos lentos y cansados
desde hace ya mucho tiempo. Ahora me doy cuenta que los huesos ya no me duelen como
en aquella amarga y lúgubre noche cuando mi vida cayó en total ruina. Durante los
primeros días me dolían los huesos y la piel, cuando la brisa gélida de
invierno se arremolinaba inclemente por las calles empedradas y húmedas de
algún pueblo o por los caminos pantanosos de algún valle mientras cubría poco a poco con polvo de diamantes mis
pantorrillas desnudas.
Vagamente pienso: - Ya debo estar muerta-,
pero las imperfecciones del piso y los pequeños tropiezos estremecían mis pies
y continúaban con su forzoso camino.
Siento desfallecer, mientras una misteriosa
niebla cae suavemente y devora todo a su paso. Cuando la niebla me absorbió
completamente, recuerdo ese instante en que Ramón me contaba una historia
disparatada de su abuelo sobre Maltael, el Ángel de la Muerte, que en una ocasión,
usando la niebla y por venganza, se apoderó de las vidas de la orden cruzada,
los Horadrim, a la que según su chiflado abuelo, pertenecía.
Ramón era el hombre a quien me entregué
totalmente en cuerpo y alma, y frecuentemente me contaba historias fantásticas mientras
fumaba su chicote y pasaba un trago de aguardiente haciendo sonar un pequeño
cascabel que le regalé el día de nuestro matrimonio. Cada vez que recuerdo a
Ramón, siento levemente sobre mi nuca su templado aliento y sus brazos
musculosos abrazando mis pechos cada noche para ir a dormir. Pero desde hace ya varias noches, lo único
que siento es el peso de la culpa y el manto frígido de la muerte.
En ese instante, no tuve más fuerzas para
caminar y caí precipitada sobre las raíces de un enorme nogal. Sabía que aquel árbol era un nogal, porque
antes de perder el sentido, vi algunas cáscaras de nueces a mí alrededor.
Intenté levantarme, pero no pude y lo último que recuerdo es el sonido de un
cascabel.
Aún en los sueños continuaba el peso de la
culpa y el dolor. Recuerdo aquel bosque
por el cual corría cuando pequeña cerca de una cabaña a los alrededores del
pueblo de leñadores, donde conocí a Ramón, hijo del leñador más renombrado. De
inmediato, escuché otra vez un cascabel.
Lo ignoro. Aún veo cómo Ramón cortaba
con ansias los troncos de los cedros, mientras lo veía escondida en los
arbustos. Sueño con esa primera mirada y
ese primer beso que nos unió sutil y eternamente. En ese momento, pensaba que
ni la sombra de la muerte sería capaz de separarnos. Nuevamente escucho ese
cascabel, como si escucharlo trajera consigo la desgracia.
Pero el dolor, la culpa y la tristeza llegaron
como llagas. En ese sueño nebuloso, la
piel de Ramón comenzó a caer precipitada por la gravedad durante ese beso
eterno. Sus brazos musculosos perdían la fuerza que los caracterizaba y
lentamente veo que se desmiembran. Nuevamente, el maldito cascabel suena
llevándose mi alma al infierno. Ya comienzo a odiar el cascabel. De inmediato,
la sangre inunda el bosque, esa sangre que aún no logro esconder y su olor a óxido que desde
esa noche no he podido limpiar de mi alma.
Siento que la sangre entra por mi boca, por mis ojos, ahogándome. En ese momento, escuché el cascabel y
desperté.
Abrí mis ojos, mientras percibían un techo de
paja enmarañado por infinidad de telarañas de una casucha, una lámpara de
petróleo y un hombre guapo sentado junto a mí.
No sé, tal vez continuaba con mi sueño.
-Era Ramón-, pensé. ¡Tonta!, me dije. Pero infortunadamente no era él. Él ya estaba
muerto. Era otro hombre. Este hombre,
por su desarreglada barba de candado, sus brazos musculosos, sus ojos claros,
el mentón pronunciado y el pequeño cascabel que colgaba de su cuello, engañó
inútilmente mi corazón.
Al verlo, mi alma era torturada. Tenía ganas
de abrazarlo y besarlo. De sentir nuevamente su calor en mi piel y su fuerza apretando
mi cintura. Pero cada instante que veía
a ese hombre, me recordaba a Ramón en aquella trágica noche cuando descansaba rígido
y frío sobre el suelo, cuando los cristales de nieve caían y se derretían en el
calor de la sangre que le salía del vientre.
Me mortificaba el recuerdo de esa noche al ver
a mi amado alejarse lentamente de mí.
-La muerte aceptó mi reto, al creer que no podría separarnos, pensaba. Pero fui muy tonta al pensar que la felicidad
podría ser eterna. Aquel hombre, era muy
amable conmigo. Aunque, el sonido de su
cascabel me asustaba y ese miedo lo alejaba bruscamente de mí. Sentía
desesperación. No aguantaba más. La muerte seguramente se reía al ver esa
desesperación.
Vi una soga junto a la mesa, la tomé de prisa
y salí corriendo fuera de la casa. Aquel hombre que se parecía a Ramón trató de
detenerme porque fuera de la casucha, el invierno azotaba de la misma manera
como en aquella noche que dejé el cuerpo de Ramón tirado en el bosque. Aún seguía escuchando el sonido del cascabel.
–Quizás es la culpa que siento-, pensé.
Ya no lograba ver la casucha por la densidad
de la nieve que caía. Seguía y seguía
corriendo hasta que de pronto la tormenta cesó totalmente. Cansada levanté la mirada y me hallé en un
claro rodeado de tenebrosos árboles sin hojas.
Sentía la brisa gélida de la muerte acercarse o eso creía.
La desesperación y el recuerdo causaban
estragos en mí, porque junto a un gran árbol al lado de una roca, veía a Ramón
tirado sobre el suelo diciendo el último “te amo”, luego que el hacha
atravesara su vientre por un maldito descuido mío. ¡Ah! Grité desde mi interior. Pero solamente a mi mente llegaba la única
salida que podía tomar para estar junto a mi amado Ramón.
Caminé hacia el gran árbol, me subí a la roca
que estaba junto a él. Hice un nudo a la soga que llevaba y la amarré a una
rama que parecía ser muy resistente.
Deslicé lentamente la soga por mi cabeza hasta sentir una leve presión
en mi cuello.
Me balancee y lo último que escuché fue aquel
sonido de cascabel.
Cuando recobré el conocimiento me hallé en
una extraña habitación recubierta con paredes acolchadas y una puerta con una
ventana enmallada. Me duele mucho el cuello y me siento con algo de asfixia. No
puedo mover mis brazos, porque me encuentro atada a una especie de camisa
extraña. No sé cómo llegué a aquel
lugar, lo único que siempre recuerdo es el incesante sonido del maldito
cascabel.
CRÓNICA 3
ATARDECER
JUNTO A ELLA
En aquel entonces, adoraba transitar por la
universidad, especialmente desde el edificio de Camilo Torres, hasta las
Canchas y me sentaba sobre unas bancas, muy cerca del muy conocido “aeropuerto”
a disfrutar de los atardeceres, mientras leía el libro de cuentos Narraciones Extraordinarias de Edgar Allan
Poe. En esos días, me sentía universitario y disfrutaba de los momentos de
cultura y esparcimiento que me ofrecía la universidad. Ahora por suerte, apenas
si alcanzo a ir a clases.
Aún recuerdo aquella hermosa tarde bañada por los
tenues rayos del atardecer, que deleitaba en mis momentos como primiparo en la
Universidad Industrial de Santander. Bajo ese hermoso espectáculo del mejor pintor
del mundo, el cielo, la conocí por primera vez.
Ella, muy lentamente y con ritmo un poco desconfiado se acercó a mí y se
sentó junto a mi lado. Cuando pude verla
con más detalle, me causó mucha gracia, porque en su cuello llevaba un collar
al estilo hawaiano adornado con una especie de flores de diversos colores. Pero ella con una mirada perdida por ver unas
aves que pasaban por el lugar, no notó mi sonrisa un tanto burlona.
Cuando me acostumbre a su presencia, le dije: Hola.
¿Quieres que te lea un cuento de Edgar Allan Poe?
Ella me miró, y con su expresión de silencio, sentí
la respuesta a mi saludo. Luego, y como
quien no quiere la cosa, movió su cabeza y levantó sus cejas, como diciendo:
Dale, quiero oírte leer.
Por razones de respeto y cortesía, procedí a leer el
cuento de Silencio de Edgar Allan Poe. Tal vez, ella sintió un poco de miedo al
imaginarse la luna roja como sangre o quizás la soledad de aquel hombre, e
impulsada también por su agotamiento, eso pensaba. Recostó su cabeza sobre mi
regazo. Yo continué mi lectura, mientras
acariciaba su cabeza rubia y blanca.
Al terminar de leer, giró sus ojos hacia mí, como
diciendo: ¡me gustó mucho! ¿Podrías
leerme otro cuento?
Su mirada reflejaba paz y tranquilidad, comenzaba a
disfrutar de su grata compañía. No podía negarme, y continué con la lectura de
los cuentos. Aunque, esta vez, quise
leerle, El Gato Negro, porque quería
ver la expresión de su rostro mientras escuchaba los momentos traumáticos de
aquel hombre que amaba los animales.
Mientras ella oían mi voz decir: “Me gustaban
especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad”. Demostraba su alegría, agitando un poco su
cuerpo. Yo seguí leyendo. Pero, mientras leía un fragmento que decía:
“Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de
procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de
colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato”. Su euforia se transformó de inmediato al oír
la palabra “gato”.
Como si una criatura posesa se apoderara de su
cuerpo, se levantó y muy agitada, se alejó de mí y me dejó junto a su silencio
y mi soledad, leyendo las Narraciones
Extraordinarias de Edgar Allan Poe.
No sé con exactitud qué le habrá molestado, pero creo que fue al momento
de escuchar la palabra “gato”.
Seguramente, ha tenido alguna mala experiencia con alguno en particular.
Luego de aquel acontecimiento, pasaron varios días
sin verla nuevamente. Recuerdo muchas
veces que, en ciertas ocasiones, la alcanzaba a divisar desde los salones
durante clase o cuando transitaba presuroso porque tenía algún parcial. Su característico collar me permitía
distinguirla desde lejos. Aunque a
diferencia de la última vez, ya nunca más logré leerle o simplemente, sentarme a
su lado.
Hace seis meses, mientras miraba en el “face”, vi
una fotografía de ella en el muro de la universidad. Llevaba puesto su collar de flores y junto a
él, tenía puesto su carné. En ese momento descubrí que hacia parte integral de
la comunidad UIS y que su nombre era Natasha. Sentí una alegría muy grande al
saber que estaba siendo cuidada y protegida. Desde aquella vez y por razones
laborales, no volví a verla transitar alegre por los espacios de la
universidad.
Quizás ya no quería saber de mí o simplemente me
tendría miedo. Yo continué con la
esperanza de poderla encontrar y al menos, recordar aquel atardecer que pasamos
juntos.
Hoy la vi mientras diligenciaba unos documentos en
el edificio de Bienestar Universitario.
Salía de un consultorio, junto a una muchacha joven de piel canela. Se veía arreglada, bien cuidada y con su
collar hawaiano. Estaba muy alegre,
porque corría de aquí para allá, brincando y revolcándose en el suelo. Un “amiguito” se acercó a ella y juntos
comenzaron a jugar, me causó risa su manera de jugar. Se notaba que estaban alegres.
Su compañera, la muchacha solamente reía al
verla. Luego, la llamó por su nombre:
¡Natasha! Y ella, se calmó. Se acercó a los pies de la muchacha y se
recostó bocarriba para que le acariciaran su vientre. Al rato de unos minutos, la muchacha entró nuevamente
al consultorio y Natasha, se quedó por fuera esperando que cualquier cosa
ocurriese.
Cuando terminé de diligenciar los documentos, me
senté en una banca azul que se encontraban allí y la llamé. Ella muy lentamente se acercó con ritmo un
poco desconfiado. Y aquella hermosa perrita, que me hizo compañía ese fabuloso
atardecer, ahora estaba nuevamente a mi lado, mientras acariciaba su cabecita
rubia y blanca.
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