Veo como los acontecimientos pasan por
el mundo, un mundo que no comprendo en lo más mínimo y por eso, he querido
aprender cada vez más de los misterios que rodean al hombre. A veces creo que desde
el momento en que di el primer suspiro en este mundo y como mi madre me ha
hecho saber, “inició la luz de mi corazón”.
Siempre mis padres y mis hermanos inculcaron muchos conocimientos tanto
de la vida como de las ciencias, igualmente, del saber convivir y la fe
católica. Además, han sido muy cariñosos conmigo y como es de suponer era el
bebé de la casa al ser el hijo menor.
Ahora intento traer del pasado recuerdos, pero vagamente uno que otro
llega realmente a mi mente.
Yo recuerdo que antes de entrar al
colegio, mis gustos eran algo extraños según decían mis amigos y otros niños,
porque más que jugar al trompo o a las maras, al futbol o con muñecos de
acción, siempre me gustó jugar con carros, dinosaurios, mapas geográficos
(geografía y geología), libros, peluches, animales o videojuegos. También, gozaba jugar con mis primos menores
al profesor, al banco con papeles y billetes de mentiras que eran de mi papá,
igualmente, jugaba a la lleva, al escondite, a la lleva congelada, a la guerra
de los colores, “tangara”, “yerbis”, ponchebalón y otros juegos más.
Cuando me pongo a pensar en los
carros, uno de los recuerdos, tal vez el más remoto, es aquel en el que me veo
sentado frente a una calle que para mí era inmensa, de pronto esa noción la
tenía porque cuando niño todo me parecía enorme, esa calle en la que
casualmente circulaban una que otra vez, aquellas naves las cuales creía que
tenían vida y que fácilmente podría clasificarlos con un rol familiar y que
tanto me han fascinado. Ahorita es gracioso recordar que los antropomorfizaba,
y jugaban diciendo que los carros eran los hombres jóvenes, es decir, los niños
y muchachos, las camionetas eran las niñas y muchachas. No podían faltar los
camiones (papás) y los buses (mamás) que eran los adultos pues su tamaño asimilaba
su grado de autoridad y superioridad. Era curioso, porque además, las
tracktomulas eran los adultos mayores (abuelos) y los “copetranes” (buses
grandes de transporte intermunicipal) eran las abuelas. Me divertía mucho
creando conversaciones imaginarias entre cada uno de ellos. Casi lo olvido, los
bebés de esta familia eran las motos que siempre, aunque tal vez fue una invención mía, siempre
estaban al lado de los buses.
Tan encantado estaba con los carros
que siempre le decía a mi mamá que me comprara uno, en lo posible Hot Wheels,
para mi colección. Todavía recuerdo las caravanas que armaba desde mi
habitación hasta el mirador de mi casa, porque el mirador era la pista de
carreras donde competían todos en una carrera y el ganador siempre era un carro
Corvette del ’97.
Ah… los dinosaurios. Ellos fueron
quienes iniciaron mis ganas de leer, de investigar y de descubrir un mundo
fantástico donde el poder de la naturaleza sobrepasaba las dimensiones en el
tamaño de las cosas y lo salvaje reinaba. La película Jurasic Park despertó ese gusto y pasión por estas criaturas
maravillosas. Aún recuerdo algunos de sus nombres como el Tiranosaurio Rex, el
Triceratops, el Pterodáctilo, el Espinosaurio, el Diplodocus, el Brontosaurio,
el Plateosaurio, el Parasaurolopus, y muchos otros más. Tenía muchos juguetes
de dinosaurios y siempre jugaba en el parque cerca a mi casa o en la verja de
la casa de mi nona, porque recreaba sus vidas y los veía moverse, imaginaba su
hábitat y siempre al terminar los asesinaba con un “meteorito”.
No entiendo aún la razón que me llevó
a leer, rayar y descubrir el Atlas Mundial que pertenecía a mis hermanos
mayores. Fue el primer libro que pasó por mis manos, tal vez mi sentido de
ubicación y los viajes con mi familia o porque allí estaban los gráficos de la
luna y las estrellas (algo que no me canso de ver) fue lo me atrajo hacia
él. Recuerdo que está dividido, porque
aún lo conservo, en primer lugar por la explicación del universo, el sistema
solar. Luego, contenía acerca del planeta Tierra, sus placas tectónicas, los
volcanes, los océanos, las rocas y los terremotos. Por último, aparecían los
mapas del mundo por partes y de Colombia. También, estudiaba las capitales de
los países de todo el mundo y les mostraba a mis papás, hermanos, tíos y primos
que me las sabía. Todavía me acuerdo cuando mis papás me compraron mi primer
Atlas, no alcanzaba mi felicidad ese día; recuerdo que me lo leí todo y que lo
rayé para marcar los lugares que había visitado hasta entonces.
No recuerdo muy bien el momento que
entré al colegio, pero si cuando estudiaba en el Colegio Divino Amor donde se
me inculcó mucho, a parte de mi familia, el culto católico. Me mostraron el amor de Dios y la importancia
de creer en Él. Me encerraron en el
mundo de lo académico y los saberes básicos, en todas las materias me iba muy
bien. Pero en lo que más sobresalía era en las letras (español) y los mapas
(geografía) eran en lo que más sobresalía. En español, recuerdo especialmente
un concurso de ortografía en el cual me alcé con la victoria del primer lugar.
En primaria, sacaba excelentes notas y ocupaba los primeros lugares e izaba
bandera siempre. En realidad tenía
buenas profesoras durante esta etapa y junto a mis padres hice lo posible por
estudiar mi secundaria en uno de los dos colegios que por ese tiempo tenían el
mejor nombre, el Instituto Técnico Superior Dámaso Zapata (Tecnológico) o el Instituto
Tecnológico Salesiano Eloy Valenzuela (Salesiano). Como es debido, pasé las pruebas en ambos,
pero por cercanía a mi casa decidí estudiar en el Tecnológico.
Al comenzar a estudiar allá, tuve un
choque total contra el mundo. Al venir de colegios católicos y entrar a un
colegio público hizo que mi pensamiento cambiara, porque mis compañeros de
clase eran groseros, agresivos, patanes, en fin. Innumerables lágrimas caían por mis mejillas
al ver o escuchar todos estos acontecimientos que no eran tan normales en
mí. Poco a poco me fui adaptando y fui
comprendiendo el mundo que me rodeaba. Pero a su vez, algunas de mis
calificaciones fueron bajando un poco, aunque hacía siempre el mejor esfuerzo
por mantenerlas altas. Descubrí el
sistema educativo y la deficiencia de muchos profesores que no permitieron que
me acercara al conocimiento, porque los acercamientos que tenía eran por mi
propia cuenta. Nunca en mis seis años
del bachillerato mis profesores me pusieron a leer un libro de literatura, si
acaso una profesora quiso que aprendiéramos a escribir poesía. Pero los únicos libros
que leí en mi bachillerato fueron Por
todos los dioses de Ramón García Domínguez, Marianela de Benito Pérez Galdos, El viejo y el mar de Ernest Hemingway, Cuentos de la selva de Horacio Quiroga, Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda y Narraciones Extraordinarias de Edgar
Allan Poe que habían leído mis hermanos y estaban en un escritorio de mi casa. En este momento pienso que fue por culpa
misma de los profesores quienes no me orientaron como hubiese querido y que
desorientaron mi vocación, porque estaba en undécimo grado y no sabía que hacer
después.
Estamos a finales del bachillerato, fue
uno de mis sueños más anhelados, el poder conocer cada vez más sobre la mente
del ser humano. El misterio guardado en cada uno de nosotros, el infinito de
mundos que navegan el mar del conocimiento, la imaginación y lo absurdo.
Siempre me ha fascinado lo desconocido y enfrascarme en lo ilógico, las
paradojas. Por tal motivo, quise estudiar Psicología o alguna ciencia que tenga
estrecha relación con este misterio. Aunque en su defecto por ciertos dotes en
Dibujo Técnico, pensé en estudiar arquitectura, diseño gráfico o ingeniería
civil porque abrieron nuevos caminos que me hubiera gustado seguir. Luego de
terminar bachillerato, por fin pude graduarme del colegio, pero pasé por mi
primera frustración en mi vida, por razones económicas no pude comenzar a
estudiar Psicología en la Universidad o en su defecto Ingeniería Civil. En
realidad no sabía qué hacer o cómo seguir el rodar del destino. Cuando volví en
mí, descubrí un privilegio enorme, el amor hacia el arte escénico impulsado por
mi hermano mayor en el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) y para poder
hacer parte integral y miembro de este arte, hice parte de la entidad más
querida por los colombianos. Comencé a ser Archivista y paralelamente a ello,
vivía las tablas y el drama, la comedia y la pantomima recorría mi sangre. Tras pasar por las ilusiones del campo
laboral, conocí la Academia de una manera diferente a la esperada, pero estos
altibajos fueron vislumbrando mi eterno amor, mi querida profesión, la
Licenciatura en Español y Literatura, mientras vivía una oportunidad única
laborando en la entidad que me abrió las puertas a conocer mi verdadera
profesión. Aunque viendo el recorrido de mi vida, creo que lo sabía desde muy
dentro sin verlo a simple vista y además, tenía mis pequeños juegos de maestro
incorporados en mí.
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